El árbol grande es un emblema de un poblado de Indonesia, que ha permanecido generación
tras generación en la orilla de la playa, desde que los locales tienen memoria.
Es un árbol enorme, al que todo el mundo llama “The big tree”, el gran árbol.
Tiene un tronco grueso, sujetado por raíces grandes y fuertes que lo mantienen
vigorosamente unido al suelo. En su
copa, se observa una frondosa vegetación, constituida por pequeñas hojas de
diferentes tonalidades de verdes, que adornan sus ramas todos los meses del
año.
Desde no se sabe cuánto tiempo atrás, allí, junto a la orilla del mar,
decora el paisaje, dividiendo a la playa en dos mitades. Se encuentra justo
delante de un terreno que separa dos pequeños poblados. En medio, se observa
una casa de madera grande, y otra pequeña mucho menos estable, construida en lo
alto y sujetada por finas vigas de madera. El árbol grande, da sombra con su
frondosa copa de ramas y hojas a una pequeña casita, elevada sobre unos
pequeños bloques de madera, cubierta por telas plásticas y aluminio. En ella
vive una anciana local. Es a la vez su vivienda y su pequeño negocio
de venta de todo un poco (galletas, tabaco, pelotas, jabones, refrescos). La
señora lleva muchos años viviendo en esa zona privilegiada. Según
cuentan los locales, se encuentra allí, esperando a un amor australiano que le
prometió que volvería y nunca lo hizo. Ella enloqueció de amor y aún hoy,
alberga dentro de sí, una pequeña esperanza de que algún día el acuda a
encontrarse con ella y lo espera justo en la orilla de la playa, con la única compañía
del gran árbol, siempre vigilante ante su casa.
Sus enormes raíces han proporcionado descanso a infinidad de viandantes que
se sientan en ellas a contemplar el vaivén de las olas en la orilla, siendo, a
su vez, testigo mudo de numerosas confesiones y secretos, que se pierden escondidos entre sus ramas.
Cada día me sorprende más la constante alegría que transmiten las personas
locales que conozco. Hasta cuando un niño se hace daño, tras las lágrimas del
dolor viene siempre la risa. Los ancianos que han visto el paso del tiempo ante
sus ojos siguen teniendo razones para sonreír. Parece que todos disfrutan
simplemente del hecho de estar vivos, de una vida tranquila en la que el
devenir de cada día es sencillamente previsible e inmutable.
Todo esto me hace recordar las numerosas veces que veo en mi país a las
personas sumidas en profundas tristezas. Tristezas por no tener todo lo que
quieren, por no ser lo que querían haber sido, embargados por frustraciones que
les impiden ser felices. Aún teniéndolo todo, comida, una vivienda digna,
calzado, luz eléctrica, agua potable, ropa para vestir, sanidad de primera
categoría, higiene…, sufrimos la enfermedad más importante del primer mundo, la
imperiosa necesidad de tener más o ser mejor, sin disfrutar realmente de lo que
tenemos en cada momento. No nos damos cuenta que no se necesita mucho para ser
realmente feliz y que la felicidad no la encontramos al final de ningún camino,
sino que la felicidad es el único camino que debemos tomar, vayamos a donde
vayamos.
Actualmente, este es el estado en el que ha quedado el árbol grande. Su grandiosidad ha quedado reducida a la majestuosidad que sigue presentando su tronco, ahora cortado, y a sus raíces, ya sin vida que cuelgan en el vacío, sin tierra a la que agarrarse. Da pena contemplar la imagen desde la orilla, ha dejado un vacío del que solo nos queda esta pequeña huella de lo que una vez fue: y de lo que siempre significará para los locales, the big tree¡¡¡¡¡
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